BRINCADORES DE IGLESIAS
Es inevitable que personas entren y salgan de las iglesias locales a las cuales asistimos. Pero es cada vez más alto el número de personas que se convierten en “buscadores de iglesias a su gusto personal” y se tornan en “brincadores de iglesias”. Nos recuerda el viejo canto infantil: “Brinca la tablita que yo la brinqué…”
Los “brincadores” nos recuerda a aquellos que van a los centros comerciales a “ver tiendas” pero sin comprar nada. Los “brincadores” van de iglesia en iglesia buscando algo sin encontrar y perdiendo el tiempo precioso de ellos y de otros que tratan de ministrarles.
Si acaso son creyentes, tienen un testimonio negativo alrededor de ellos, especialmente de sus seres queridos. La gente ve a los “brincadores” como personas inestables, inseguras, no los ve como personas de convicción que van buscando algo mejor por la simple y sencilla razón de su volubilidad. La gente que rodea y conoce un “brincador” después de un tiempo reflexiona y dice: “No es posible que todas las iglesias estén mal, o todos los cristianos y fulano no encuentre una iglesia en la cual afincarse”. Quizá no digan nada, pero se dan cuenta que el “brincador” es el que anda mal. No saben detectar en qué, pero se huelen algo. Es como cuando reconocemos a un individuo que le huye al trabajo y decimos es “vago”. O al que le duele todo y por todo se queja, es un “quejumbroso hipocondríaco”.
La primera premisa errónea de un “brincador” es que debe encontrar la iglesia “perfecta” de acuerdo a su modo de pensar. Ese pensamiento modernista no es bíblico. Para muchos de nosotros salvos, la iglesia local ha sido el hogar donde hemos formado nuestras creencias y carácter cristiano. Fuimos arrebatados del vil mundo por el evangelio santo e introducidos a la congregación de los justos y santificados por la sangre del bendito Cordero de Dios (Colosenses 1), para vivir una vida de santidad y arder como un sacrificio continuo en el altar de Dios (Colosenses 3, Romanos 12), viviendo para servir y no para ser servido.
Un “brincador” no es “leal” a Dios ni a sus enseñanzas. Por eso la duda de si un “brincador” es salvo o no, ya que no se afirma, no se arraiga en Cristo ni en la comunión de los santos. Simplemente va “hoceando” y echando tierra como los cerdos de iglesia en iglesia, pero no va como oveja buscando ser edificada y confirmada en la fe con sus otros hermanos.
Albert Mohler tiene razón cuando afirma que los “brincadores” violan la integridad de la iglesia y el significado de su membresía. Cuando los miembros abandonan sus iglesias por motivos vanos o razones insuficientes: se rompe la comunión de la iglesia; su testimonio se debilita; la paz y unidad de la congregación se rompen. (Tabletalk, setiembre 2009, pág. 19.) Traducción mía.
No podemos ver la iglesia para avanzar o promover nuestros gustos personales. Menos verla como un producto comercial para nuestros gustos egoístas. Más grave aún, buscar un motivo o pretexto para mudarse a otra congregación.
Debo decir que sí hay motivos fuertes para dejar una iglesia, pero éstos deben ser teológicos y no basados en caprichos o preferencias carnales.
Como creyentes somos llamados a amar nuestras congregaciones, trabajar por su progreso. Orar por su paz y unidad y el avance del reino de Dios aquí en la tierra, es decir, llamar a los incrédulos al genuino arrepentimiento.
En este tiempo tan malo y peligroso que la gente blasfema y menosprecia al pueblo de Dios, su iglesia, el mandato de Hebreos 10.25 prevalece. La aurora de ese día ya se deja ver.
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